domingo, enero 15, 2006

A Ana, mi mujer Agosto 2001

                                         A     ANA,    MI  MUJER

     Cuando en  París  levantaban  adoquines  de  las calles en Mayo del 68  para lanzarlas a los policías, queriendo cambiar el mundo, como hoy  los  antiglobalización,  yo me encontraba  conociendo el amor en el Hospital Real  cerca del faro del Pueblo.  La que hoy es mi esposa fue la que derribó las murallas de mi soltería  con la única arma que poseíamos, el amor.  Entonces se decía: “... esa muchacha le habla al hijo de fulanita.  El hablar era como ser pretendiente,  y novios  ya era entrar en las casas de ambos.  Hoy día entran a matar a las primeras de cambio  y no como antes que solo te lo prestaban y con miedo.   A  mi madre le preguntaban si su hijo Juan le hablaba a una muchacha  “mu apañaíta” del barrio de  Del Real.  
No sé si será el amor que  siento por mi esposa pero los años, como es lógico, han hecho mella en los rasgos de altivez en su rostro moreno y hermoso, como las mujeres de nuestra tierra, observándose aún el brillo de su juventud en lo mas profundo de sus ojos.  A veces es imposible determinarlo pero su voz y sus ojos son mas jóvenes que ella.
Por las calles del alma, los recuerdos de la vida  joven siempre circulan con emoción. Las alegrías pasadas y las tristezas de amor escondidas  asoman, pero estas lo hacen con timidez.  Los pliegues de la poesía siempre dejan huella cuando se escriben, siendo como gritos alegres con sordina saliendo del alma como en un tropel avasallador.  La alegría siempre es íntima y el que la escribe, a veces siente bochorno de que otros puedan opinar.  Es como la caja fuerte de la vida  al que únicamente él  tiene la combinación.  
La música bailable que se podía oír en las antiguas salas  del Hospital Real  parecía mitigar el recuerdo de tantos heridos y  fallecidos  en los años de asedio y penurias  que hubo en la antigua ciudadela, nuestro Pueblo.  
Cuando uno es niño, los lugares  lejanos en el tiempo se encuentran a dos pasos; debe ser por el temor a verse solos y parecerle estar en un lugar remoto.   A mi me ocurre algo parecido cuando rememoro pasajes de mi vida de niño o  de adulto;  debe ser porque en Melilla ocurrieron los episodios mas  trascendentales de mi vida, y  esos siempre son imborrables.
     Hay una canción de Ataualpa  Yupanqui que entre otras cosas  dice: “Una voz bella quién la tuviera / para cantarte toda la vida, / pero mi estrella un día / dio este acento / y así te siento tierra mía. /  Él le canta a su  tierra y en su idioma, el español, como yo hablo de mi tierra, Melilla, y con mi idioma, también el español.  También  tengo  varios motivos sentimentales para que mi estrella me de luz para cantarle, como mejor se,  a esta  tierra  nuestra.  
Cuando mis hermanos y yo entregamos a mis padres, en el plazo de cuarenta días,  a la sombra de la Purísima quedé  huérfano al tener que abandonar nuevamente la ciudad,  pero la luz que me dejaron encendida  aquí en Málaga, era el amor de mi esposa y mis hijos.  La Iglesia  me estrechó en vínculo matrimonial con mi mujer en  Melilla  en la parroquia de San Agustín del barrio de  Del  Real.  
Ahora resulta, señores, que tengo un lector que me sigue cada domingo desde su puesto de trabajo, y yo sin saberlo  y con estos  pelos, como diría la guasona de  Maruja Torres.  De verdad lo digo, esto me da mucha vergüenza, porque ahora  ese lector y su madre, que por cierto, está al loro cada domingo  para contarle a mi hermana Mari Sol  que su hermano viene en el periódico, y no por cosas malas, y esta enviárme la hoja para mi pequeño archivo, que lo guardo como oro en paño.  
Había un guardaparques en Melilla que se llamaba Garrido, que se liaba unos cigarros de picadura como un dedo de gordo, padre de Pepito, amigo de la infancia de Ataque Seco  y la “espía” que tengo en Melilla  -que es la que me cuenta  todo y desde aquí le envío un beso, y que se ponga  osté  güena,  muhé ! -,  me decía hace poco que ahora no existe el guardaparque con la ancha bandolera de material rodeándole el pecho, ahora hay un guarda jurado, que es el  que me lee cada domingo, ¡toma ya!.  Este amigo  debe saber que ese parque, primer pulmón de Melilla,  tan entrañable para muchos de mi generación,  era el refugio,  supongo que en la actualidad lo será  igualmente de muchos enamorados  pero lo que ya no existe son las visitas diarias de las niñas del colegio de la Divina Infantita en formación de a dos y cantando;  siempre vigiladas por dos monjas, una detrás y la otra en cabeza.  Como aquél hombre que siempre iba con un libro en las manos y con cara de haberse bebido toda una cosecha  de Montilla-Moriles el sólito y sin ayuda alguna. Este hombre nos decía, parafraseando a  Fernán  Caballero en “Juan Soldado”, mas o menos que había tres clases de borracheras; la primera es de  escucha y perdona;  la segunda, de capa y arrastrando, y la tercera de  medir el suelo. Yo digo  que algunos no pasan de escucha y perdona, pero otros se pasan la vida midiendo el suelo de lado a lado.  
Modestamente, hace muchos años, le escribí unos versos a ese parque donde esta mi amigo lector que dicen: “ Cuando me enamoré de ti, Lobera / parque de pinos y pensil de flores / por Eolo africano mecido, / era infantil de los cincuenta. / Eran tus paseos largos / y mis carreras cortas y juguetonas. / En tus arroyos regantes / y de tus alegres aguas / oía la saltarina música. /  Bajo mi infantil mirada, / de ojos encendidos, los enamorados / entrelazaban sus manos  / y en el silencio se fundían / que Eros,  en  mi presencia  les imponía. / “  
En la actualidad, por lo que se ve,  el dios del amor  tiene bastante trabajo como para llamarles la atención  a  las parejas que entremezclan sus fluidos corporales  en presencia de cualquiera,  ya sean niños  o adultos.    
Reciban un saludo

                                   Juan Jesús Aranda López

                                   Málaga Agosto 2001    

     Publicado en “Melilla Hoy” el día 25 de Agosto de 2001