domingo, enero 15, 2006

Cañonazo y estopa Agosto 2001



CAÑONAZO DE LAS DOCE Y LA ESTOPA VOLADORA


A muchas personas les da alegría cuando ven sus figuras venidas de la infancia con recuerdos, gratos y dulces, en lo que era Melilla en sus años de niñez.
Había un niño que poseía tal reserva de emociones que a veces parecía que se le agotaban como un depósito de agua que nunca se rellena. Con su inocencia solía guardarlas en algún lugar apartado soltándolas, a veces a borbotones, con la alegría viva de la vida. El claro despertar de su personalidad hizo que la infancia se deslizara junto a su familia, con toda la bondad de su madre y la aparente severidad del padre con el sempiterno y desarreglado mostacho entre cano y moreno como todos los miembros varones de su familia.
Los días invernales en el monte de Ataque Seco, cuando la lluvia hablaba; caía como copos de nieve pareciendo un lagrimeo incesante como si alguien llorara sin consuelo por un familiar muerto reciente.
En verano en el trozo de calle junto al cementerio, donde existía una fuente, a la que mucha gente iba a llenar los cubos para el gasto de los hogares, bordeado de eucaliptos, era un sitio al que no acudía casi nadie, solamente pasaba, de vez en cuando, un coche renqueaste como cogiendo aire del fatigoso esfuerzo de subir la Cañada (calle Castelar). También subía el padre de este niño, siempre por Padre Lerchundy, con su regadera colorada de ruedas macizas y con el volante gigantesco y a pulso, (entonces los coches no tenían dirección asistida) toda llena de agua de la aguada del río o de la que existía frente a la puerta del parque de Lobera, en la curva que va al colegio de Ataque Seco (hoy España). El padre sabía que en los hogares de la calle de Castellón era raro la casa que tenía agua corriente; así que mientras comía su almuerzo el hijo, junto a los amigos de su pandilla abría el gran grifo trasero del depósito y llenaba de agua todos los cacharros, cubos, baños y botijos que muchas mujeres traían. Frente a las bocas del refugio de la calle de Castellón (creo que mucha gente lo recordará), hoy tapadas por un bloque de viviendas, muchos niños y algunos mayores se deleitaban echándose agua entre todos. Este hombre jamás puso pega alguna cuando las mujeres hacían cola para llenar sus cacharros, sabía que la fuente estaba junto a la puerta pequeña del cementerio y eran muchos metros para venir cargadas con los cubos llenos y arreando de algún hijo pequeño al que costaba andar. A veces, cuando se agotaba el depósito de la regadera y venía algún niño con su madre para llenar su cacharro, el padre solía decir: “ A buenas horas Mangas Verdes”, frase que solía preguntarle el hijo por su significado. El padre le decía que era por las bocamangas, que eran verdes, de los guardias de la porra y que estos llegaban cuando el altercado ya había pasado, como en la zarzuela “La Verbena de la Paloma“, cuando el impresor, novio celoso de una de las hermanas, la morena, le da dos “yoyas” al viejo Don Hilarión, viejo verde, cuando este las llevaba a la verbena con su mantón de Manila, armándose tal trifulca que los guardias de la porra, gallegos, por mas señas, llegan a la hora de los huevos del gallo, los últimos. Y cuando todo el mundo se calmó, los guardias, con su acento de Padrón: “ Y ahora que hacemos, paisano; contestando el compañero: Pues vamos a darle otra vuelta a la manzana”. Allí quienes jugaban eran los niños de las calles cercanas y algunos de Horcas Coloradas y del Monte María Cristina, siempre a la espera de oír el famoso cañonazo de las doce de la mañana, cañonazo que disparaban hasta hace pocos años como recuerdo de los otros que avisaban a los libertos del presidio a las horas de rancho y retreta. Que costumbre tan melillense aquélla del cañonazo de las doce de la mañana disparado desde la batería de costa de Ataque Seco, antiguo fuerte de Santo Tomás de la Cantera. Recomiendo leer a Don Gabriel de Morales y a Don Francisco Mir Berlanga sobre las heroicidades sobre este fuerte y otros de la ciudad.
Un día que los niños esperaban, como siempre, la estopa salir de la boca del cañón, se fijaron que en el destacamento había un revuelo que no era lo cotidiano. Uno de los soldados que estaba al cargo de la pieza, a preguntas de los chaveas, les comentó a través de la alambrada que la mula “Sifona”, al subir la cuesta del parque de Lobera había muerto esa mañana junto al “ tragante de orines “. Algunas personas que vivían en la calle “A” del barrio de Ataque Seco gustábales decir que vivían en la avenida de Cándido Lobera; no es lo mismo vivir en una calle cuyo nombre es solamente la primera letra del abecedario y la prolongación de una avenida que residir en una de las calles principales de Melilla, aunque sea con mucha cuesta, cuyo nombre era el de un prócer de la ciudad. Seguramente la pobre mula llegaría asfixiada de la cuesta tan pronunciada que tenía que soportar a diario para llevar y traer el rancho de los pocos soldados que tenía el destacamento. Yo creo que en el ejercito español, por aquéllas fechas, la muerte de un animal llevaba de cabeza a todos los que tuvieran alguna responsabilidad del mismo. Aquello mas bien parecía que hubiese fallecido uno de los mandos en vez de una pobre mula enferma. El tragante de orines, como es lógico, era el desagüe o alcantarilla de la cuadra. Yo creo que aquél soldado era un cachondón y quiso burlarse de todos los meones que le daban la lata a diario y les soltó lo de la mula “Sifona” y el “tragante de orines”. A pesar de todo algo tuvo que ocurrir aquella mañana en el destacamento.
Todo el afán de este niño, como todos sus amigos, era subir hasta el monte y pegar su cara a la alambrada, revoloteando sus cabellos rizados con el viento, para cuando oía el disparo la estopa que lanzaba el cañón recogerla de entre las piedras, muy cerca de la casetilla donde había una llave para el paso del agua del depósito de la Bola del Mundo y llevársela a su madre para que esta tuviese ese estropajo prensado para fregar los platos. Yo creo que casi toda su familia estaba surtida de estropajo y asperón, ya que era el que se encargaba de todo eso a la par que se divertía. El asperón es una tierra que abunda en Melilla que dejaba los cacharros de las cocinas mas brillantes que una patena; al menos eso era lo que muchas mujeres decían. Muchos de los túneles (minas) que existen y fueron construidos en años de asedio a la ciudad, la tierra extraída es de asperón.
Espero que estos recuerdos hagan recordar a muchos melillenses nacidos en esas calles tan entrañables por aquéllos años de penurias de posguerra.



Juan Jesús Aranda López


Málaga Agosto de 2001