domingo, enero 15, 2006

Paseos por el pueblo 04/09/2001

PASEOS Y PESCA

A veces emergen en mi memoria las sinuosas calles de Melilla la Vieja con sus casas vetustas y centenarias. Se me aparecían como algunas casas encantadas de los cuentos infantiles que leíamos apoyados en la mesa, vestida con un tapete, en el comedor mientras mi madre planchaba o recosía los calcetines de nosotros con el viejo huevo de madera de mi abuela.
La carencia de alumbrado natural, del sol o de la luna llena, la oscuridad campaba con su apogeo en todas las callejas del Pueblo. Desde por las mañanas muy temprano hasta las ánimas (como decían algunas personas ancianas), ocho y media de la tarde, que las parejas levantaban el vuelo, estaba aquél hombre con su carrito vendiendo toda clase de chucherías a las parejas que paseaban sus amores por las calles escondidas a las miradas curiosas de gente sin quehaceres. Al asomarse a los torreones, llenos de románticos y voluptuosos recuerdos de amor, de cuando muchos de nosotros paseábamos como ladrones de besos en melancólicos instantes de nuestros noviazgos.
Cuando me sumerjo en esos recuerdos no me gusta despertar de ese bello letargo que me envuelve en la juventud junto a mi mujer, novia entonces. Hoy con los vendavales pasados durante mas de tres décadas conservo aun el oleaje de nuestro amor cuando ya pasamos el medio siglo de existencia y vemos a nuestros hijos como hombres en plena madurez y juventud veinteañera.
Hay quien ha nacido para soñar el amor y otros para sentirlo en todas sus dimensiones, como aquélla pareja que quería estar tan sola que deseaban matar sus sombras para que no los siguiese. Querían tener alas como la golondrina, ave migratoria que no respeta fronteras y llega por el mar como sus congéneres las gaviotas.
La brisa húmeda con el olor característico de la sal era tan intenso que aun no se me ha olvidado. Había veces que era el del gasoil de los barcos que pasaban cerca de los antiguos bloques de piedra que rodeaban el faro del puerto. Allí había gente muy diversa, lo mismo soldados paseando, chaveas que se bañaban lanzándose desde las mismos bloques, que pescadores de caña y chambel. Había veces que estos se llevaban un buen cubo de pescado en poco tiempo. Recuerdo a uno de estos pescadores con una frente que le llegaba a la nuca de la calva brillante y blanca que siempre la tapaba con un viejo gorro parecido a los frígios (barretina) que llevan los catalanes cuando bailan sardanas en San Jorge. Con solo saludar a este hombre, haciendo el gato, cogía un mosqueo que a veces le daba dos patadas a sus cosas, ya fueran peces capturados que enseres valiosos como zapatos, cañas y todo al agua y diciéndole una palabrota al maullador que lo saludaba se iba despotricando. Cuando este hombre salía en dirección al puerto o a las colleras para pescar, en la puerta de su casa, si alguien le preguntaba si había que amarrar los gatos, se daba la vuelta y se metía en su casa todo mosqueado y acabándose la pesca por ese día. Los otros reían con ganas y los bañistas quedaban asombrados de ver como un hombre tiraba al agua su camisa, sus zapatos y todos los aparejos de pesca y solo porque un guasón le maullara o le preguntara por la salud de sus gatos, que me imagino no tendría, o por los mininos de doña Lola que pienso quién sería la tal doña Lola y si en verdad tenía tantos gatos hambrientos como decían.
Reciban un saludo
Juan Jesús Aranda
Málaga 4 Septiembre 2001
Publicado en “Melilla Hoy” el 16 de Septiembre de 2001