La colmena frente a Correos Agosto 2001
LA COLMENA FRENTE A CORREOS
En la cuesta del Kursaal, como a mi madre gustaba de llamar a la cuesta del Nacional, (por lo visto ese fue el primer nombre que tuvo ese cine-teatro ), como decirle a la farmacia de la calle Ejercito Español: la botica de Canalejas. Y no es que el dueño de la botica se llamara Canalejas sino que la calle llevaba el nombre de Don José Canalejas, presidente del consejo de ministros asesinado en la segunda década del siglo XX. Juan ve a la botica de Canalejas y te traes esta medicina, y para hacerla enfadar le decía que esa calle no se llamaba así sino Ejercito Español, pero mi abuela que siempre estaba al loro me contestaba que ese político como era liberal, Franco lo borró del callejero dejando a Castelar, sin entender que con lo republicano que era este dejaran su nombre en una de las principales vías de Melilla. Yo tampoco lo entendía y si hay alguien que lo sepa que me lo diga. Ya me gustaría.
En esa cuesta del Kursaal o del Nacional existía una aguada donde los camiones del Ayuntamiento y las carricubas llenaban sus depósitos para regar las calles y jardines de la ciudad. Mi padre que se tiró mas de medio siglo prestando sus servicios en el Ayuntamiento, ( de vez en cuando se le escapaba la palabra Junta) que era como se le denominaba anteriormente. Si mi padre y muchos de su generación levantaran la cabeza se extrañarían de los cambios que han habido en la ciudad . Me refiero a las denominaciones que ha tenido el palacio de la Plaza de España.
Mi padre trajo un día un tarro de miel que le había regalado Don Antonio Zea, ( Melilla, a este hombre, le rindió un homenaje concediéndole su nombre a una calle, por la carretera de Hidún, cercana a los Cuatro Caminos) amistad que le unía de cuando montaron los motores del agua de Trara. El señor Zea era el capataz por aquéllos años. Yo pensé, con mis cortas luces y cegándome el defecto de goloso que era y aún sigo padeciendo, que lo había extraído de la aguada frente a Correos, donde el iba a diario a cargar su regadera y había un panal donde revoloteaban las abejas por toda la cuesta. Un día de otoño, al salir del colegio Ataque Seco (hoy España ) a las cinco de la tarde de camino al Mantelete, donde estudiábamos música y en compañía de mis “colegas” de siempre: Luís Jiménez, Paco Roldán, mi primo Juan el de mi tía Virginia y armados con un bote de cristal cada uno de nosotros, fregados en la fuente de la aguada y con un palo, especie de paleta para sacar la miel por el boquete, como unos expertos apicultores de “ fulañí ” ( que no de mierda ), como diría el gitano herrero del Rastro, sin mas guantes ni protección alguna. Las abejas se veían volar imaginando lo peor y apenas Paco Roldán, con su valentía, seguido de su lugarteniente, mi menda, metió el palo por el boquete que servía de hogar a las fabricantes de miel, salieron en desbandada contra los intrusos recibiendo cada uno de nosotros las caricias de los laboriosos insectos. A mi me dieron varios picotazos en las piernas; los demás escaparon hacia el parque de Lobera y yo, tuve la mala suerte de salir como una bala hacia la parada de los taxis frente a Iberia, literalmente, con un enjambre detrás. Un taxista, amigo de mi padre de cuando Melilla era El Dorado en los años veinte, me abrió la puerta de su coche, uno verde con estribos ( creo que era el coche mas antiguo de Melilla por aquéllos años ) salió pitando, sacudiéndose las abejas con un trapo. Las que se encontraban fuera tocando los tambores de guerra con sus aguijones preparados no podían acceder al interior pero las pocas, a mi me parecieron un regimiento, que pudieron entrar conmigo me pusieron la cara, brazos y piernas como un monstruo. El tremendo dolor y los temblores que tenía hicieron desmayarme y cuando desperté encontré a mi madre con una especie de crema en sus manos y llorando como una magdalena sin atreverse a tocarme. Estuve mas de un mes a fuerza de medicinas, inyecciones y con un barro maloliente, que parecía extraído de una alcantarilla, que le dio una mujer de Farhana, y sin salir a la calle; esto último era quizás mas doloroso. Solo lo hacía para ir al puesto de socorro del puente del mineral acompañado de mi madre para la cura.
Recuerdo que Don Juan Espona, médico de la familia, le dijo a mi madre: “ María, si tu hijo llega a padecer de alguna alergia, se te muere por las dichosas abejas “. Hay que ver lo cabroncetes que éramos algunos niños por aquellos años y que de disgustos le di a Mariquita, la madre que me parió.
Juan Jesús Aranda López
Málaga Agosto 2001
Publicado en “Melilla Hoy” el 19 de Agosto de 2001
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