domingo, enero 15, 2006

La colmena frente a Correos Agosto 2001



                   LA  COLMENA  FRENTE  A  CORREOS



     En la cuesta del Kursaal, como a mi madre gustaba de llamar a la cuesta del Nacional,  (por lo visto ese fue el primer nombre que tuvo  ese  cine-teatro ), como decirle a la farmacia de la calle Ejercito Español:  la botica de Canalejas.  Y no es que el dueño de la botica se llamara Canalejas  sino que  la calle llevaba el nombre de Don José Canalejas, presidente del consejo de ministros asesinado en la segunda década del siglo XX.   Juan ve a la botica de Canalejas y te traes esta medicina,  y para hacerla enfadar  le decía que esa calle no se llamaba así  sino Ejercito  Español, pero mi abuela que siempre estaba al loro me contestaba que ese político como era  liberal, Franco  lo borró  del callejero  dejando  a Castelar,  sin entender que  con  lo republicano que era  este   dejaran  su nombre en una de las principales vías de Melilla.  Yo tampoco lo entendía  y si hay alguien que lo sepa que me lo diga.  Ya me gustaría.  
En esa cuesta del Kursaal o del Nacional  existía una aguada donde los camiones del Ayuntamiento y las carricubas llenaban sus depósitos para regar  las calles y jardines de la ciudad.  Mi padre que se tiró mas de medio siglo prestando sus servicios en el Ayuntamiento, ( de vez en cuando se le escapaba la palabra Junta) que era  como se le denominaba anteriormente.  Si mi padre y muchos  de su generación levantaran la cabeza se extrañarían de los cambios que han  habido  en la ciudad .   Me refiero a las denominaciones que ha tenido  el  palacio de la  Plaza de España.
Mi padre trajo un día  un tarro de miel que le había regalado Don Antonio Zea, ( Melilla, a este hombre, le rindió  un  homenaje concediéndole su nombre a una calle, por la carretera de Hidún,  cercana a los Cuatro Caminos) amistad que le unía de cuando montaron  los motores del agua de Trara.  El señor Zea era el capataz por aquéllos años. Yo pensé, con mis cortas luces y cegándome  el defecto de goloso  que era y aún sigo padeciendo, que lo había extraído de la aguada  frente a Correos, donde el iba a diario a cargar su regadera  y había un panal donde revoloteaban las abejas por toda la cuesta.  Un día de otoño, al salir del colegio Ataque Seco (hoy España )  a las cinco de la tarde de camino al Mantelete, donde estudiábamos música  y en compañía de mis  “colegas” de siempre: Luís Jiménez,  Paco Roldán, mi primo  Juan el de mi tía Virginia  y armados  con un bote de cristal cada uno de nosotros, fregados en la fuente de la aguada  y con un palo, especie de paleta para sacar la miel por el boquete,  como unos expertos apicultores  de  “ fulañí ”  ( que no de mierda ),  como diría el gitano herrero del Rastro, sin mas guantes ni protección alguna. Las abejas se veían volar imaginando lo peor y apenas Paco Roldán, con su valentía, seguido de su lugarteniente, mi menda,  metió el palo por el boquete que servía de hogar  a las   fabricantes de miel, salieron en desbandada contra los intrusos recibiendo cada uno de nosotros las caricias  de los laboriosos insectos. A mi me dieron varios picotazos en las piernas; los demás escaparon hacia el parque de Lobera y yo,  tuve la mala suerte de salir como una bala hacia la parada de los taxis frente a Iberia, literalmente, con un enjambre detrás.  Un taxista, amigo de mi padre de cuando Melilla era El Dorado en los años veinte,  me abrió la puerta de su coche, uno verde con estribos  ( creo que era el coche mas antiguo de Melilla por aquéllos años ) salió  pitando, sacudiéndose  las abejas   con un trapo.  Las que se encontraban fuera tocando los tambores de guerra con sus aguijones preparados no podían acceder al interior pero las pocas, a mi me parecieron un regimiento, que pudieron entrar conmigo me pusieron la cara, brazos y piernas como un monstruo.  El tremendo dolor y los temblores que tenía  hicieron desmayarme y cuando desperté  encontré a mi madre con  una especie de crema en sus manos y llorando como una magdalena sin atreverse a tocarme.  Estuve mas de un mes a fuerza de medicinas,  inyecciones y con un barro maloliente, que parecía extraído de una alcantarilla, que le dio una mujer de Farhana,  y sin salir a la calle; esto último era  quizás mas doloroso. Solo lo hacía para ir al puesto de socorro  del puente del mineral  acompañado de mi madre para la cura.
Recuerdo que Don Juan Espona, médico de la familia, le dijo a mi madre: “ María, si tu hijo llega a padecer de alguna alergia, se te muere por las dichosas abejas “.  Hay que ver lo cabroncetes que éramos algunos niños por aquellos años y que de disgustos le di a Mariquita, la madre que me parió.

                              Juan Jesús Aranda López
                              Málaga Agosto 2001


Publicado en “Melilla Hoy” el 19 de Agosto de 2001