domingo, enero 15, 2006

Recuerdos de unas navidades 02/11/2001

RECUERDOS DE UNAS NAVIDADES


Marlene Dietrich, con respecto a la edad, le decía a un amigo: “Si pudieras marcharte ahora y volver hace diez años”. Yo, en estas fechas tan señaladas, soy mas egoísta porque quisiera volver a hace cincuenta años, cuando el olor a matalahuga y anís garrafón con el azúcar quemada siempre estaba en las puertas de las casas de mi barrio. Los roscos y los pestiños de Vélez, como le gustaban a mi padre, y a toda la familia, claro, eran los que mi madre hacía, y de verdad que estaban muy buenos. Cuando una vecina obsequiaba a mi madre con un plato de borrachuelos: “... para que los pruebes, Mariquita”, mi padre, con toda su guasa y retranca le decía que a esa vecina la iba a denunciar al Sindicato de la Masa Frita ( me imagino que sería el sindicato de los churreros) por lo mal que hacía esa clase de dulces. Las panderetas y las zambombas, compañeras inseparables de los acordes de los villancicos, donde los peces son los únicos que no se hartan de beber agua del río y la Virgen María es la mas limpia de las madres teniendo los pañales de su hijo, lavados en el mismo río, todos blancos como la nácar.
Cuando se desataba el viento en Melilla, los barrios altos sufrían las ráfagas de un silbido gritón que asustaba. Parecía que las casas se iban a derrumbar como un castillo de naipes. Mi madre tenía un pañuelo de seda que mas bien parecía una toquilla, siempre lo llevaba rodeándole el cuello a modo de bufanda; cuando el viento apretaba con la fuerza que lo hace en la ciudad se lo quitaba y me lo rodeaba en la cabeza abrigándome todo el cuerpo, “... abrígate Juanito y vamos a casa de la abuela”. En la actualidad parece que siento el calor y la fragancia del pañuelo de seda de mi madre. Entonces muchos niños íbamos pelados a L´oparisié y la rasca en la calle de Castellón camino de la casa de mi abuela era tremenda. El peluquero que solía pelarme siempre decía que la cabeza, por fuera, te la arreglaba él pero por dentro solo Dios era capaz de ponerla en orden. Que tío mas guasón era aquél fígaro, siempre oliendo a colonia baratucha y hablando de historia, porque de política en aquéllos años de luces opacas, nanay.
Cuando mi madre me llevaba a la calle del General Margallo, junto a la relojería Alemana, aquélla que tenía un gran reloj con dos esferas en lo alto de la puerta de entrada a la tienda donde su dueño, un anciano teutón de cabeza redonda, que no cuadrada, como buen alemán, y de aspecto bonachón a ver los puestos de zambombas y de todos los artículos de las Navidades, se podían ver a unos burros flacos y famélicos; algunos de ellos recorrían varios kilómetros hasta llegar a Melilla, al Rastro. Recuerdo que los animales se quedaban quietos allí donde sus dueños los dejaban; estaban acostumbrados al bullicio de la gente y solo rebuznaban cuando percibían algún congénere cercano del sexo contrario.
Leo con alegría que la banda de jóvenes músicos ofrece conciertos en el templete del parque de Hernández las mañanas de los domingos. Yo me acuerdo que nuestra banda, la de Don Julio, nuestro profesor, el que siempre reivindico su nombre para una calle de Melilla, y que nadie del palacio de Enrique Nieto me ha contestado. Creo que el político que debe contestarme o replicarme estará pensando en las próximas elecciones para trabajar en bién de los vecinos pero si fuese un estadista creo que pensaría en la próxima generación de esos vecinos, ahí la gran diferencia de uno y otro político. Hace tiempo leí algo que decía que el mejor gobierno no es aquél que hace más felices a los hombres, sino aquél que hace felices al mayor número de personas. Como iba diciendo, Don Julio nos citó un año por Navidades en la Puerta de la Marina para subir al Pueblo a cantar villancicos, acompañados de laudes, guitarras y bandurrias, en el Gobierno Militar. No me pregunten el motivo de que unos niños bien arregladitos fuéramos a cantar villancicos a la casa del Gobernador Militar de Melilla, solo se que aquél día nos dieron un paquete lleno de dulces de todas clases que hicieron las delicias y también el ahorro en mi casa.
Subíamos por el Torreón de la Cal y veíamos las pequeñas puertas de madera, siempre cerradas con unos grandes candados, como los de los castillos medievales, decíamos, y por encima de ellas se podía leer una leyenda de las fechas y el nombre del rey que había en España cuando terminaron esos aljibes, porque de eso se trataba, de unos aljibes construidos a pico, martillo y cincel por los presidiarios de otros siglos para abastecer de agua a la población. En la actualidad, cuando paseo por esa plaza de cuesta, me viene a la memoria aquél concierto de Navidad que ofrecimos los niños de la banda del Frente de Juventudes al Gobernador Militar de Melilla. Qué bonito es imaginarse niño. En ello se va la vida con cambios maravillosos. Si miras hacia el fondo solo ves imágenes borrosas, como si se reflejara tu existencia en el líquido amniótico de tu madre, pero si te detienes a medio camino entre la niñez de bebé y los siete años de vida las imágenes se ven claras y brillantes como si el sol alumbrara tus pensamientos.
Por estas fechas tan entrañables y llenas de tristezas para algunos y alegrías para otros, recuerdo el ruido del viento y de la lluvia que azota la tumba de mis padres junto al mar de mi ciudad, Melilla, ruido que silba suspendido en el aire como una nota musical guiada por un diapasón de armonía silenciosa, volando desde su campana musical en La Purísima y aleteando por sus murallas centenarias.
Reciban un saludo cantando un villancico que para eso estamos en las fechas adecuadas.


Juan J. Aranda
Málaga 2 Noviembre 2001





Publicado en “Melilla Hoy” el 23 de Diciembre de 2001