domingo, enero 15, 2006

A los compañeros de Correos 01/11/2001


A LOS COMPAÑEROS DE CORREOS



De verdad que compadezco al compañero de Correos de Melilla, que al parecer es el único que de momento usa mascarilla y guantes para protegerse del Carbunco o Ántrax en esa oficina. Los que conocemos los interiores de una simple estafeta postal de cualquier pueblo o una jefatura provincial de Correos, se nos ponen los pelos de punta al ver a los colegas norteamericanos usar mascarillas y guantes para que no les ocurra lo que a varios de sus compañeros fallecidos a causa de esos malditos polvos.
La fotografía de la contraportada de este diario del sábado 27 de éste mes lo dice todo cuando se ve a un funcionario o empleado (los funcionarios de Correos, por lo visto, somos una raza a extinguir, ya quedan pocos) en la ventanilla con su mascarilla y sus guantes de goma. Yo personalmente no creo que el uso de mascarillas y guantes en las oficinas postales evite el contacto al cien por cien. Lo que evitaría algo es que en todas las oficinas hubieran duchas preparadas: gel, toallas, etc. –la mayoría solo tienen retretes para apretones- para que los empleados puedan hacer uso de ellas una vez acabada su jornada laboral, siendo la obligatoriedad de que cada persona que haya estado en contacto con objetos como cartas, impresos, paquetes, etc., deban ducharse cada vez que lo crean necesario. Claro que la hora de salida sería un cuarto de hora antes que es lo que se tarda en ducharse. Creo que los compañeros sindicalistas-liberados, que para eso están, debieran trabajar en ello. Esto parecerá una broma para muchas personas que desconocen el funcionamiento de Correos, pero no es tal sino que es bastante seria
Imagínense que durante siete horas deben tener la boca y la nariz tapadas como se ve a los japoneses cuando están resfriados para no contagiar a ninguna persona que pase por su lado; qué civismo el de los nipones, en este caso es al contrario, es para que a él no lo contagien. Bueno pues háganse la idea de que ese empleado postal debe trabajar con guantes: escribir en los avisos de llegada, pasar página de algún libro de anotaciones o clasificar una serie de objetos postales como avisos de recibo, que son simples papeles como cualquier cuartilla. Yo recuerdo que hace muchos años en Correos clasificábamos con un dedín de goma para así poder pasar las cartas sin tener que mojarnos el pulgar. La Dirección General nos los proporcionaba lo mismo que los uniformes de ventanilla y reparto. Lo que no proporcionaba eran unas mascarillas como las actuales a los de ventanilla de público para evitar recibir los olores halitosos o avinagrados de mucha gente que tiene por costumbre hablarte a una cuarta de la nariz y tu no tienes mas remedio que guardar la forma y buscar la empatía a costa de alguna que otra arcada.
Me causa tristeza cuando veo a compañeros que deben trabajar en esas condiciones tan lamentables y arriesgadas. El hecho de abrir una saca de correspondencia es una cosa tan simple para cualquier empleado postal que por lo cotidiano, a pesar de recibir y respirar toda la porquería que ésa saca trae de la oficina de origen, por haber estado en el suelo o ser arrastrada porque su peso obliga a ello; a todo esto no se le da ninguna importancia: son cartas, impresos, paquetes, algunos de éstos deteriorados y con contenidos que mucha gente les parecería mentira las cosas tan inverosímiles que suelen enviar, como una señora que quería que su hijo, que estaba haciendo el servicio militar en Canarias, recibiera unos filetitos de cerdo con su correspondiente tortilla de patatas que traía en un plato bien tapado para que no cogiera polvo; la señora quería que en Correos se lo preparásemos, “como son ustedes tan apañaos”, decía; claro está que los pimientos y la tortilla no se los comió el soldadito de Canarias, se los llevó su madre de vuelta a casa. Y ante todo esto no pasa nada; se ordena el contenido de la saca, se puntea si es certificado y a clasificarlo como Dios manda. Pero si una persona “iluminada” ha echado una carta con esos polvos en un buzón para hacerle daño a un semejante que vive ignorante de la maldad que va a recibir y de rebote, colateralmente, que ahora esa palabra está muy al uso, lo recibe otra persona que es un servidor público como es ser empleado postal, ya tenemos lo que les ocurrió a los norteamericanos fallecidos a causa de la manipulación del correo.
Mi gran deseo es que nadie en el mundo sufra los latigazos del terrorismo y que mis compañeros de toda España extremen las condiciones en su labor diaria porque son los primeros que reciben el manotazo criminal en forma de inocentes epistolarios.
Desde aquí les envío un abrazo.


Juan J. Aranda
Málaga 1 de Noviembre 2001







Publicado en el “Melilla Hoy” el 14 Noviembre de 2001